José Alfredo Llerena

José Alfredo Llerena

José Alfredo Llerena (Guayaquil, 1912—Quito, 1977) was an Ecuadorian poet, journalist, fiction writer, art critic and essayist. He was a member of the literary group “the poets of Elan” and is regarded as one of Ecuador’s prominent cultivators and maintainers of the modernist movement. His most notable poetry book is “Agonía y paisaje del caballo” (1934), which contains 18 of the author’s poems. He also wrote a novel entitled “Oleaje en la tierra” (1955), and a book of short stories entitled “Segunda vida de una santa” (1953). His nonfiction books are: “Aspectos de la fe artística” (1938) and “Ecuador, perfil de su progreso” (1960).

Poems by José Alfredo Llerena

ausencia

Madrecita: todos los ratos hago la contabilidad de tu ausencia,
hay un tren que hace, al mismo tiempo, el cálculo de otras ausencias
y pita las mañanas a la misma distancia del último sueño;
hay un tren donde estás tú, madrecita,
con un racimo de hortensias, unos ojazos y un pañuelo.
Un tren de clima claro donde tus ojos guardan la primavera de un huerto.
Ese tren, ante cuyas ventanillas sólo es dable pensar
en los pulmones de los criminales que fugan de la cárcel.
Hay un tren cuyas ventanillas viven como los pueblos nómades,
buscando un dios entre las rocas y los bosques.
Un tren cuyas ventanillas desconocen la existencia de las islas.
Un tren, en fin, que pita todas las mañanas.
Aquel en que tú fuiste un día, casi a la cola del año
a rezar por la salud de tu hijo en una provincia lejana;
él y yo y la almohada
no podríamos vivir sin los viajeros que parten cada mañana.
Madrecita: Debes estar en un lugar muy bonito,
adornádo de gallinas, de casas chiquitas y de tierra sembrada.
Dios ha de parecer allí el dueño de la única casa con ventana.
Debes ir todos los días a consultar la hora al buey que trabaja.
Las cosas más graves de tu campo deben ser la acequia,
el recuerdo de tu hijo y el techo de la parva.
Ya sé que el arroyo es el único que escucha tu palabra
y donde quisieras lavar las noches pesadas de tu hijo.
Pero ya estaremos juntos
porque una ventanilla de tren,
cargada de golfos,
de defunciones y de comerciantes
sabrá traerte a este lugar
donde lloramos el reloj, el pañuelo, yo y la almohada
cada mañana.

la yegua blanca y su potrito

Un poco de agua iba por el lado de la casa,
los bueyes se mostraban al sol como en las estampas
y la tarde pintaba el gallinero de gallinas moradas.
El agua seguía por el lado qe la casa,
el occidente se cubría de estrellas y de manzanas;
los honderos desde los cerros remataron la tarde a pedradas.
Los pastores, extraviados en el poniente,
con la bruma hasta la cintura
ensayaban trepar el arcoiris.

Por el lado de la campanadas
vino la yegua blanca.
Detrás, dando relinchos,
la potra castaña.
Se alejaban, a espaldas del día,
y eran desde el oriente dos aerolitos vagabundos
sobre la Tierrá.
La yegua y su potrito
se pararon en el agua,
en el agua mansa que iba por la casa,
y de los pájaros se bebieron su ángel de la guarda,
los árboles lo habían proyectado en el agua.

Desde entonces el arroyo hace más bien a las plantas
y las frutas ya están redondas a la madrugada.

Al arroyo van siempre
la yegua blanca
y la potra castaña
y se hartan del ángel de la guarda;
y cada vez más el arroyo
aumenta su caudal de agua.

LA VIDA DEL MAGO

Si hubiera vivido Edison
en tiempo de los griegos
hubiera puesto un micrófono
en el despacho mismo de Zeus.
Entonces las musas
hubieran sido menos melancólicas:
pues en las horas de descanso de Homero
habrían podido dedicarse al vals
o ir a ver en el cinema
una revista de Eddie Cantor,
donde se desmayan las panaderas.
Al vivir Edison en tiempos de Napoleón,
Napoleón no hubiera perdido la guerra;
pues antes de entrar en Rusia
habría visto en el cinema
a Hindenburg en los Lagos Mazurianos.
Al vivir en la Edad Media
las princesas habrían podido
aprender a la Joan Crawford
a hacer gimnasia sueca.
Pero Edison ha vivido
para que las muchachas americanas
puedan pasar por los telescopios
y para que Buda
pueda desmayarse en las pantallas
y para que las nodrizas de los millonarios
puedan pedir a sus novios
que se disfracen conforme a los relatos de Poe.
Cuándo Edison murió
hasta los banqueros de la Unión
dejaron correr una lágrima
y las bombillas se vistieron de una tristeza
como de vía láctea.

ESTAMPA NOCTURNA

Como un megalito se alza la morada
junto al bosque, en que Drácula, tras la piedra labrada
del vetusto reloj, con su porte buido,
suele acechar el paso de algún desprevenido.
Los muebles de nogal, con su suave fragancia,
la lámpara de colza que ilumina la estancia
conforman el ambiente familiar de la cena.
El flan y las cerezas huelen en la alacena;
en un pardo barril, en el muro empotrado,
los fermentos trabajan un viejo amontillado.
Algún mochuelo atisba detrás de los cristales;
un mastín de las novelas policiales
monta guardia en el porche; es el perro
que aleja a los vampiros con su collar de hierro.
La textura del barro vibra en la porcelana;
el olor de las setas entra por la ventana.
A los hijos la madre atiende con dulzura;
el acero hace lampos en la mirada dura
del padre que se hunde en sus cavilaciones.
Y en medio de las flechas de ateridos torreones
aletean y cantan las aves nocturnales
mezcladas con dragones y grifos fantasmales.

EL ALMIRANTE QUE ENVEJECIO EN LA TIERRA

Este momento un cabo de mar concluye en un lejano sur de
mariposas,
donde estoy preguntándome
qué puede hacer un bisonte que se siente dueño de la Osa
Mayor;
qué puede hacer el almirante de una tripulación sin océano,
sino pensar en los girasoles, en los urbanos dinteles, en las
esquinas de la tierra.
Qué puede hacer, fuera de sacarse las insignias para canjearlas
por canciones,
o enajenar la proa de su buque
a cambio de un onomástico de sauces en el calendario de los
batracios
y pasearse por el suelo de las ciudades, sintiéndose dueño de un
pedazo de esquina,
sintiéndose cerca del agua dulce que evaporan los cigarrillos en
el cinema,
si de su pipa podían nacer Cristóbal Colón y sus carabelas.
En la tierra podía recordar con frescura
el nombre de aquel ladrón de joyas que se puso a rondar una
estrella,
y de aquel otro mercader de Eneas que soñaba con recabar todo
el volumen negro de una tarde.
Quería estar lejos del mar,
lejos del agua de los erizos
y de los maceteros de neptunos acuáticos.
Quería olvidar que Wallace Beery se llevó la lente más grande
de Saratoga con su muerte.
Hallaba mejor la vida a pocos pasos de las vitrinas,
a pocos pasos de esas señoras de cuyos ojos nacen tempestades
amarillas,
de esa que hizo con sus anillos una cosa parecida al delta del
Nilo.

En los ojos del almirante
se ha apagado esa voz de “aguas arriba”.
No volverá a viajar por los mares
ni querrá cambiar su sombrero de tierra por una isla.

Works

Poetry

  • Agonía y paisaje del caballo (Quito, 1934), read it for free here.
  • Madre naturaleza (Quito, 1969)
  • Hebra del tiempo (Quito, 1972).

short story

  • Segunda vida de una santa: y otros cuentos (Quito, 1953).

Novel

  • Oleaje en la tierra (Quito, 1955).

nonfiction/essay

  • Aspectos de la fe artística (Quito, 1938)
  • La pintura ecuatoriana del siglo XX (Quito, 1942), read it for free here.
  • La lección de Eugenio Espejo y La causa era la noche (1943)
  • Frustración política en 22 años (1959)
  • Quito colonial y sus tesoros artísticos (1959)
  • Ecuador, perfil de su progreso (1960)
  • El firmamento rubeniano: Dario y la poesia (1967)

José Alfredo Llerena’s poems have been included in the following anthologies

  • Indice de la poesía ecuatoriana contemporánea (Santiago de Chile, 1937)
  • Los de Elan y una voz grande (Guayaquil, s.f.)
  • Antología poética de Quito (Quito, 1977)
  • Poesía viva del Ecuador (Quito, 1990).

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