Julio Zaldumbide Gangotena

Julio Zaldumbide Gangotena

Julio Zaldumbide Gangotena (Quito, June 5, 1833 – Quito, July 31, 1887) was a prominent Ecuadorian poet whose works reflect Romanticism, Classical works, and Neoclassicism. He was one of the founding members of the Ecuadorian Academy of Language and is one of the most important 19th century figures in Ecuadorian literature. He was devoted entirely to the literary world and wrote prolifically in different genres and styles, including stories and poems. Julio Zaldumbide’s writings represent an ode to love, sadness, happiness, nostalgia, the environment and nature.

Poems

La mañana

Leve cinta de luz brilla en Oriente,
como la fimbria de oro
del ropaje del sol resplandeciente;
y éste es el nuncio de la luz del día.
El pueblo de las aves que dormía
en el regazo de callada noche
rompe el silencio en armonioso coro,
y un cántico levanta al que infalible
su cotidiano sol al mundo envía.

Raya el alba; las sombras que esparcidas
por los aires, tejían silenciosas
el tenebroso velo
en que yacía envuelto el ancho suelo,
ciegas ante la luz y confundidas
se rompen, al ocaso retroceden,
y el espacio y el cetro al día ceden.
Recoge el manto la vencida noche,
y aparece triunfante
entre aplausos y goces de victoria,
en su inflamado coche,
el Rey del Cielo espléndido y radiante.

Cunde al punto la luz de la mañana,
se alegra el valle, el monte resplandece,
la niebla que en la noche cubrió el suelo
se rompe fugitiva y desvanece,
o en ondeantes penachos sube al cielo.
Bulle el viento en los árboles sonoro,
brilla en las verdes hojas el rocío,
murmura el arroyuelo
entre las flores dulce, y más osado
rumor levanta el impetuoso río;
allá resuena la floresta umbría
con el alegre, bullicioso coro
de pájaros cantores.

Despiertan la cabaña y la alquería;
del humo del hogar al cielo sube
la doméstica nube,
y la vista recrea
el afanar del laborioso día:
ya el labrador empuña el curvo arado,
y alegre con la idea
de la futura henchida troje, rompe
el seno inculto del fecundo suelo,
poniendo la esperanza y el cuidado
en el labrado surco y en el cielo;
se abre el redil y saltan las ovejas
y vanse por el campo derramadas
la tierna grama que mojó el rocío
paciendo regaladas.
Allá se agita, la afanosa siega
y la dorada espiga
al corvo diente de la hoz entrega
el precioso tesoro,
galardón del sudor y la fatiga.

¿En dónde estás ahora,
oh noche, ciega noche engendradora
de larvas espantosas?
¿Dónde llevaste ya tu triste luna,
y tu corte de estrellas silenciosas?
Éste es él sol, que el alto cielo dora.
Éste es el sol, que viste
la campiña de espléndidos colores:
pintadas brillan a su luz las flores;
a su luz resplandece
la vívida esmeralda de los montes,
y aspirando en su luz Naturaleza
de inmortal vida el poderoso aliento,
rejuvenece su inmortal belleza.

Éste es el sol, a cuya luz el mundo
sacude el sueño que durmió profundo
en tu regazo, oh noche, y resonante
gira de nuevo en su eje de diamante,
lleno de juventud, de vida lleno,
como en aquel primero día, cuando
el ciego Caos fecundó tu seno,
y echaste dél afuera
la creación entera
que giró en los espacios rutilando.

¡Salve, oh tú esplendoroso
Rey de los otros orbes, sol fecundo!
Mi voz con la del mundo,
salve, te dice, genitor glorioso
de toda vida y todo ser que encierra,
por cuanto abarcas en tu luz, la tierra.

¡Cuán de otra suerte, oh sol, te saludaba
cuando yo, de los hombres
en el común tropel iba mezclado,
de la ciudad habitador hastiado!
El corazón marchito, el alma fría,
cegada ya la fuente
del entusiasmo, y el estéril tedio
consumiendo la flor de mi existencia,
mi juventud amada.

Tal era yo aquel tiempo, y tal vivía;
y entonces maldecía
tu refulgente luz, tu luz sagrada
porque ella no traía
placer al alma, ni al dolor remedio.

¡Ya ese tiempo pasó!… Hora que el cielo,
propicio en fin, mis votos ha cumplido,
dándome horas de paz, serenos días;
húndase en las tinieblas del olvido
esta de gran dolor época fiera;
no vengan sus recuerdos
a acibarar mis dulces alegrías:
regenerado estoy, y no quisiera
la idea conservar de lo que he sido.

A ti, naturaleza, esta que siento
inmensa vida rebosar en mi alma,
a ti la debo sola; tú eres fuente
de vida inagotable: el pecho triste
que se marchita al abrasado aliento.

De mundanas pasiones,
bañado en ti, renacerá al momento
al perdido vigor y nuevamente
encontrará perdidas emociones.
El infelice que bebió del mundo
el cáliz del dolor emponzoñado,
el labio ponga en tu raudal fecundo
y beberá el placer… Naturaleza,
tal hice yo, y en mí nuevo infundiste
gozo, desconocido a mi tristeza;
por ti mi herido pecho desmayado
vuelve a latir y en nuevo ardor se inflama,
y por ti en fin mi espíritu cansado
que aborreció la vida, ¡ya la ama!

El mediodía

I

En la amena floresta
de un bosquecillo, se alza la espesura,
do el ardor de la siesta
se templa, do murmura
una de humilde vena fuente pura.

Allí, cuando subido
el sol a la mitad del alto cielo,
cuando más encendido
su ancho disco sin velo
el aire enciende y abochorna el suelo.

Del césped en la alfombra
suelo sentarme de frescor sediento;
un árbol me da sombra,
blanda música el viento
e ilusiones el vago pensamiento.

Allí, el sauce, agitando
su ramaje de plácida verdura
recrease mirando
su halagüeña hermosura
en el espejo de la fuente pura.

Copa el cedro elevada
esparce en la región do el viento mora:
parece levantada
mano abierta que implora
dulce rocío a la celeste aurora.

Y allí el de los amores
favorito gentil la frente umbrosa
levanta, y en las flores
derrama la amorosa
sombra que plugo a la más bella diosa.

Y en dulce compañía
otros árboles crecen allí unidos;
y allí la melodía
de mil vagos ruidos
el ánimo suspende y los sentidos.

II

¡Oh, cuán dulce es oír los rumores
de las hojas, del céfiro lira!
¡Oh, cuán dulce aspirar de las flores
la fragancia que el éxtasis inspira!

¡Oh, qué grato escuchar de la fuente
el suspiro que apenas murmura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!

¡Y qué dulce y qué grato y qué hermoso,
entre aromas y paz y armonías,
no sentir el volar fatigoso,
no sentir el valor de los días!

¡Y dejar deslizarse serena
esta amarga, esta mísera vida,
como huye esa fuente en la arena,
en un sueño de paz adormida!

¡Y vivir sin que llegue al oído
a turbar el silencio profundo
de los hombres el vano ruido,
de ese mar que llamamos el mundo!…

¡Oh!, ¡si aquí, bella Cintia estuvieras,
si al aroma del aura tu aliento,
y tu voz amorosa añadieras
al murmullo del agua y del viento!

¡Si al matiz de estas flores juntaras
de tu labio el color purpurino;
si este bello jardín hermosearas
con tu rostro apacible y divino!…

¿Sacrificas la paz de tu alma
a esa vida de tristes pesares?
¿No apeteces del cuerpo la calma?
¿Te es tan grato el bullir de esos mares?…

Aquí todo es amor, todo amores:
Ama el árbol, el ave y la fuente;
aquí amar aconsejan las flores,
y lo enseña la tórtola ardiente.

Aquí habita el placer en las rosas,
do quier vaga un deleite sin nombre,
dice el céfiro aquí tales cosas,
que no dice la lengua del hombre…

III

¡Ven, Cintia, ven! A mi amoroso lado.
Aquí, solos los dos, sin más testigos
que las aves, los árboles y el prado,
silenciosos amigos
de secretos amores,
me amarás con más fe, con mayor fuego.
Huye el aliento de ese mundo impuro
que cuanto toca lo corrompe luego:
aquí tu corazón será tan puro
como este cielo es puro y son las flores…

Y tú, dejando aparte
esos adornos que inventara el arte
de necia vanidad, y engalanada
con la sencilla flor que la luz cría
del alba nacarada,
más hermosa serás que nunca fuiste.
El fastidio, el dolor, la duda triste:
eso el mundo te da; Naturaleza
te ofrece aquí la paz y la alegría
junto con la inocencia y la belleza…

IV

Mas, ¿a dónde me llevas
en tu blanda corriente, oh desvarío?…
¡No! tus alas no muevas,
oh, pensamiento mío,
a do has de hallar el desengaño impío.

Vuelve, vuelve a los senos
de este ameno recinto; libre gira
por ellos, que a lo menos
aquí nunca se mira
oculta la traición y la mentira.

Ve al prado, al cielo puro,
al solitario monte, al bosque umbroso
y volarás seguro;
mas nunca al borrascoso
mar de los hombres vayas ambicioso.

Porque allá el viento insano
de las pasiones mueve el desconcierto;
y buscarás en vano
allá tranquilo puerto:
aquí lo tienes más seguro y cierto.

La tarde

Con majestad sublime el sol se aleja,
y el extendido cielo
a las encapotadas sombras deja,
que ya le cubren con umbroso velo.

¡Qué solemne misterio! ¡Qué profunda
de paz y de oración grave tristeza.
ya el sol llega al ocaso
y la noche le sigue a lento paso.

En duelo universal naturaleza
se despide de aquel que la fecunda:
triste el cielo se enluta, gime el viento,
el mundo eleva unísono lamento.

Ya el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era
y a su rústica choza se encamina.

¡Qué misteriosa el aura pasajera
suspira y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete en pos del nido.
Sólo se oye el zumbido
de los insectos, que tal vez lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.

¡Adiós, sol refulgente!
Yo también uniré mi voz humilde
a la voz elocuente
en que un sentido adiós te envía el mundo.
Tú no puedes parar, ni más despacio
puedes seguir tu arrebatado giro;
la mano omnipotente
a recorrer te impulsa sin reposo
las vastas soledades del espacio,
esos serenos campos de zafiro;
pero mañana volverás glorioso
a darnos vida y luz, astro fecundo…

De la meditación la voz me llama
a vagar solitario en la arboleda.
Anhelo ahora soledad, silencio…
allí los hallaré. El aura leda
duerme en las flores y la blanda grama
el son apaga de mis pasos lentos.

Como las sombras cunden de la umbría
noche en el cielo, así en el alma mía
cunden ya dolorosos pensamientos;
y una hoja que desciende,
algún eco fugaz, una avecilla
que errante y solitaria el aire hiende,
la leve nubecilla
que viaja a reclinarse allá en el monte,
o a perderse lejana
en el vago horizonte;
todo me causa una emoción profunda,
me aprieta el alma una indecible pena
y de improviso mi pupila inunda
de inesperado llanto amarga vena.

¡Melancólica tarde, tarde umbría!
Desde que pude amar me unió contigo
irresistible y dulce simpatía.
Tú fuiste siempre confidente mía,
tú fuiste, tú el testigo
de mis más tiernos e íntimos deseos
y locos devaneos;
tú de mi corazón, tú de mi alma
el seno más recóndito conoces.
¿Qué lágrimas vertí que no las vieras?
¿Exhalé alguna vez triste suspiro
que errando con las auras no lo oyeras?
¿Qué secreto agitó nunca mi seno
que a tus calladas sombras lo ocultara?
¡Qué de sueños de amor y de ventura,
qué de ilusiones halagüeñas viste
en mi pecho formarse
con esperanzas halagarme el alma
y para siempre en humo disiparse…!

Todo esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda
esa tu sombra triste
y sin poder valerme huye la calma
del centro de mi espíritu agitado
y el dique rompe en férvido torrente,
el llanto, por mis ojos desbordado…!

¡Es preciso olvidar! Córrase el velo
del olvido sobre ese de amargura
pasado tiempo. A mi dolor consuelo
sólo tú puedes dar, alma natura;
yo por ti el mundo abandoné engañoso,
para buscar en ti dulce reposo.

¡Oh, tarde! Estas heridas mal cerradas
que aún sangran y renuevan mi tormento,
pasará el tiempo y las verás curadas.
Nunca de hoy más, halagará mi oído
de pérfida ilusión el dulce acento,
ni buscaré la flor do está la espina.
Quiero vivir contento
en esta amable estancia campesina,
aquí cavaré tumba a mis dolores;
y ajeno de ambición, de envidia ajeno
aquí (si tanto diérame la suerte)
como tu sombra espero cada día
esperaré sereno
esa de la existencia tarde umbría,
nuncio feliz de la esperada muerte.

Works

La naturaleza
  • La mañana (Leve cinta de luz brilla en Oriente)
  • El mediodía (En la amena floresta)
  • La tarde (Con majestad sublime el sol se aleja)
  • Un arroyuelo (Arroyuelo que deslizas)
  • El bosquecillo (Bosquecillo frondoso)
  • Los árboles (Del África abrasada en las arenas)

Poems

  • A la soledad del campo (A ti me acojo, soledad querida)
  • A María (Esposa casta, Virgen sin mancilla)
  • A mi corazón (¡Corazón! ¡Corazón! ¿Por qué suspiras?
  • A mis lágrimas (Corred, lágrimas tristes)
  • Al dolor (Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo)
  • Al sueño (En otro tiempo huías)
  • El amor en la adolescencia (¿Quién eres tú, oh muda compañera)
  • La estrella de la tarde (¡Salud, oh estrella de la tarde!, rosa)
  • Las estaciones. A Laura (Cuatro estaciones hay en nuestra vida)
  • La eternidad de la vida (Cosas son muy ignoradas)
  • La noche (¡Oh noche! ¡Oh madre de la luz! Ahora)
  • Madrigal (¿Qué dices, Laura, de esta flor? ¡Qué hermosos)
  • Melancolía. A Laura (Flota en los aires, de la tarde el velo;)
  • Trova (Son tus ojos dos estrellas)

Sonets

  • A las flores (Prole gentil del céfiro y la aurora)
  • América y Bolívar (Himnos no canta América este día)
  • América y España (Bolívar, tú que en mil gloriosas lides)
  • El llanto (Cuando yo considero que en la vida)
  • En tempestad sin tregua de bonanza
  • La tumba de Bolívar (De lauros coronadas y de olivas)
  • Yo vi esa triste nube el firmamento

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